Los elementos : Del fuego al flogisto

diciembre 2nd, 2009 by rael Leave a reply »

El problema de la combustión

 

Los quí­micos son una extraña clase de mortales que,
impelidos por un impulso casi maní­aco,
buscan su placer entre humos y vapores,
hollí­n y llamas, venenos y miseria.
Y aún así­,
entre estos males vivo tan placenteramente
que antes morirí­a
que cambiar de lugar con el rey de Persia

 

Johann Joachim Becher.
Physica Subterranea - 1667


 

    Llegados a este punto sabemos que los átomos se agrupan dando lugar a elementos o compuestos quí­micos, y que estos se comportan de una manera concreta bajo ciertas circunstancias de presión y temperatura. Sabemos también que cada elemento tiene una serie de propiedades fí­sicas y una serie de propiedades quí­micas; y que podemos alterarlas aplicando transformaciones.

    Pero que es lo que diferencia al hidrogeno del azufre que los hace tan diferentes? Que es un átomo y de que esta formado? Que propiedades tiene? Aunque hace más de 200 años, la pregunta más importante y la que impulso la quí­mica moderna fue: Qué le pasa a la materia cuando la quemamos? En la combustión se destruye materia?

    Al prenderle fuego a un trozo de madera verde, a medida que avanza la combustión, la sabia del árbol (lí­quida cómo el agua) burbuja y emana un vapor (gaseoso cómo el aire). Al final, cuando el fuego se ha apagado, lo que queda es un polvo negro (sólido cómo la tierra). Estas observaciones llevaron a muchas civilizaciones antiguas a la conclusión de que toda la materia estaba formada por los 4 constituyentes elementales: agua, fuego, aire y tierra. Siglos más tarde, Empédocles (~490 - ~430  aC) [wiki en es], postuló esta idea como la Teorí­a de las cuatro raí­ces, a las que más tarde Aristóteles (384  aC - 322  aC) [wiki en es] llamarí­a elementos.

       Hasta el Barroco, los quí­micos seguí­an con la idea de que todos los cuerpos eran mixtos, formados en mayor o menor proporción por los cuatro elementos clásicos. Un salitre ‐ mezcla de nitrato de sodio (NaNO3) y nitrato de potasio (KNO3) - era diferente a otro debido a las diferentes proporciones de los elementos y no se podí­a diferenciar la substancia de las impurezas. Los metales, estaban formados por azufre, sal y mercurio, que estaban compuestos por los 4 elementos en proporciones diferentes.

    Más tarde, John Mayow (1645 - 1679) [wiki en es] identificó el espí­ritu nitroaéreo (al que conocemos cómo hoy como oxigeno) y explicó el funcionamiento de la combustión observando que se mantení­a gracias al espí­ritu nitroaéreo. Observo también que la cal, los restos de materia que dejaba la combustión, aumentaban de peso ya los metales se oxidaban en la combustión, absorbiendo el espí­ritu nitroagereo de la atmósfera.

    En la misma época, el quí­mico y fí­sico irlandés Robert Boyle (25 Enero 1627 ' 30 Diciembre 1691) [wiki en es], definió el concepto de elemento quí­mico como aquella substancia que no podí­a se descompuesta en otros elementos. Además, estableció que esta descomposición debí­a ser puesta en práctica a través de un experimento, no era suficiente deducirlo algo que marcarí­a la forma de trabajar la quí­mica de los tiempos venideros. Sin embargo, aunque fue quien separó pro primera vez la quí­mica de la alquimia, Boyle seguí­a influido por la esta última y estaba obsesionado con transformar los metales en oro, lo que lo desví­o un poco de sus revolucionarias ideas.

    A finales del sigo XVII, los antiguos elementos (agua, aire, tierra y fuego) empezaron a caer en desuso. Se conocí­an 14 elementos: los 9 metales que se conocí­an desde la antigí¼edad (oro, plata, cobre, plomo, zinc, estaño, hierro, mercurio y antimonio), dos metales que habí­an sido descubiertos en el sigo anterior (el bismuto y el platino) y el fósforo que habí­a sido descubierto por Henning Brand mientras intentaba transformar la orina en oro en 1675 (llegó a tener 50 cubos de orina en el sótano de su casa, donde produjo de manera misteriosa una substancia translucida y brillante, que al exponerla al aire rompí­a a arder en llamas). En estos elementos se incluí­a al aire y se dudaba del fuego; aún no eran los elementos reconocidos con la definición moderna del concepto planteada por Boyle.

    Pese a la brillantez y corrección de las observaciones de Mayow y Boyle, la teorí­a vigente en la época fue otra nacida de los trabajos que Johann Joachim Becher (1635 - ­â€ 1682) [wiki en es] publicó en su libro Physica subterránea (1669), en concreto de su particular teorí­a de los cuatro elementos. En ella, se postulaba que la materia (tanto compuestos animales como vegetales) estaba formada por mezclas de agua y de tierra y que el aire y el fuego eran meros agentes que impulsaban la formación y transformación de estos compuestos. .

    Becher defendí­a la importancia del análisis de la composición de los elementos y sostení­a que los componentes inmediatos de los minerales eran 3 tipos de tierras. Cada una de estas tierras era portadora de una propiedad: la terra pinguis o azufre flogisto, grasa, aceitosa, combustible y sulfúrea; la terra lapida, fusible y vitrificable; y la terra fluida o mercurialis sutil y volátil; que no eran más que nuevos nombre para viejos conceptos: el azufre, la sal y el mercurio de Paracelso. La terra pinguis era el elemento í­gneo, como el azufre era para los alquimistas, el elemento que ardia en los cuerpos en forma dse llama. Becher atribuyo la combustibilidad al contenido en terra pingus:

“ Una muestra que se quema o un metal que se calzcina,
expulsa toda la terra pingus al arder y cuando la agota,
se queda en forma de terra lapida más terra mercuarlis.”

J. J. Becher.

    Georg Ernst Stahl (22 de octubre de 1659 - ­ 24 de mayo de 1734) [wiki en es] basándose en las teorí­a de Becher, desarrolló la teorí­a del Flogisto (Phlogiston, sustantivo derivado del griego phlogistos, que significa "inflamable") en la que postulaba que toda substancia combustible existe un principio í­gneo, llamado flogisto, que no puede ser aislado y que “escapa” de los cuerpos al arder. Esta teorí­a tubo mucho más éxito que la de Becher, que casi habí­a pasado por desapercibida. Para Stahl, los metales era una mezcla de productos calcinados a los que llamaban cales (los óxidos) y de flogisto, por lo que si añadí­amos el flogisto a la cal resultante de una combustión, al calentarlo se reproducirí­a el metal original. El aire, el agente impulsor recibí­a el flogisto y se saturaba de flogisto, dejando un aire flogistizado y viciado por la combustión.

    Los flogistas defendí­a la combustión dependí­a únicamente de la capacidad del metal en arder (cantidad de flogisto) y el por lo tanto la cal, los restos del metal que quedaba después de expulsar todo la terra pinguis debí­an pesar menos y el aire, aumentar el peso por la saturación del flogisto. Cuando el aire no podí­a contener más flogisto (se saturaba completamente), la llama se apagaba como se demostraba al encender una vela en un recipiente hermético.

    Como sabemos hoy en dí­a, la calcinación, producida por la adición de oxigeno a las muestras que durante la combustión, el aire se añade al metal formando el óxido (que pesa más) y el aire se contrae y se hace irrespirable (por la perdida de oxigeno). Por ese motivo, cuando los flogistas pusieron en práctica sus teorí­as se dieron cuenta de que no eran capaces de explicar porque la cal aumenta en peso en vez de perderlo y el aire se contrae en vez de expandirse. Así­ que determinaron la terra pingus, el flogisto, tení­a un peso negativo por lo que al desprenderse, el metal ganaba peso.

 

∞



Antoine Lavoisier y su mujer, nos sacarán del pozo negro sin fondo del flogisto y marcarán el punto de partida para la quí­mica moderna. Conoceremos mejor las reacciones quí­micas y que les pasa a los elementos.

Pondremos en nuestra lista negra a Jean Paul Marat y admiraremos a Carl Wilhem Schelee a pesar de sus maní­as.

Y por último, antes de pasar al átomo, hablaremos con Joseph Proust y proporciones.

 

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